martes, octubre 16, 2007

Realidad de antes ahora

Hace poco, por una tarea, estaba buscando a los escritores de le generación del 98 en España, una generación que unos le consideran revolucionaria e insatisfecha , pero yo más bien diría que son unos escritores que buscaron la manera de realizar a lo que quedaba de España en aquellos tiempos tiempos de derrota y de que nada mas no había algo firme de donde sostenerse.
En esta busqueda, encontré este fragmento de la introducción que hace Miguel de Unamuno a su ensayo "Vida de Don Quijote y Sancho", que a pesar de haber sido escrita hace más de un siglo, sigue reflejando situaciones casi iguales (y de hecho en muchos casos son las mismas) a lo que se tiene como idea de una realidad ahora. No pensé que antes los escritores hubieran llegado a expresarse de tal manera, casi siempre todos eran propios, delicados o extremadamente exagerados.
Aquí, la diferencia. Un ensayo chingón, pues:
EL SEPULCRO DE DON QUIJOTE
Me preguntas, mi buen amigo, si sé la manera de desencadenar un delirio, un vértigo, una locura cualquiera sobre estas pobres muchedumbres ordenadas y tranquilas que nacen, comen, duermen, se reproducen y mueren.
... Esto es una miseria, una completa miseria. A nadie le importa nada de nada. Y cuando alguno trata de agitar aisladamente este o aquel problema, una u otra cuestión, se lo atribuyen o a negocio o a afán de notoriedad y ansia de singularizarse.
No se comprende aquí ya ni la locura. Hasta al loco creen y dicen que lo será por tenerle su cuenta y razón. Lo de la razón de la sinrazón es ya un hecho para todos esos miserables. Si nuestro Señor Don Quijote resucitara y volviese a esta su España, andarían buscándole una segunda intención a sus nobles desvaríos. Si uno denuncia un abuso, persigue la injusticia, fustiga la ramplonería, se preguntan los esclavos: ¿Qué irá buscando en eso? ¿A qué aspira? Unas veces creen y dicen que lo hace para que le tapen la boca con oro; otras que es por ruines sentimientos y bajas pasiones de vengativo o envidioso; otras que lo hacen no más sino por meter ruido y que de él se hable, por vanagloria; otras que lo hace por divertirse y pasar el tiempo, por deporte. ¡Lástima grande que a tan pocos les dé por deportes semejantes!
Fíjate y observa. Ante un acto cualquiera de generosidad, de heroísmo, de locura, a todos estos estúpidos bachilleres, curas y barberos de hoy no se les ocurre sino preguntarse: ¿Por qué lo hará? Y en cuanto creen haber descubierto la razón del acto -sea o no la que ellos suponen- se dicen: ¡Bah!, lo ha hecho por esto o por lo otro. En cuanto una cosa tiene razón de ser y ellos la conocen, perdió todo su valor la cosa. Para eso les sirve la lógica, la cochina lógica.
Comprender es perdonar, se ha dicho. Y esos miserables necesitan comprender para perdonar el que se les humille, el que con hechos o palabras se les eche en cara su miseria, sin hablarles de ella.
Han llegado a preguntarse estúpidamente para qué hizo Dios, el mundo, y se han contestado a sí mismos: ¡para su gloria!, y se han quedado tan orondos y satisfechos, como si los muy majaderos supieran qué es eso de la gloria de Dios.

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